Hoy fue otro día. Me desperté a las 8:32. Me tiré abajo de la cama unos minutos después, ordenando los fragmentos de mi conciencia de a poco. Más bien -lamentablemente- hice un recuento de las clases y compromisos pendientes. Redactar. Revisar. Idear. Decidir. Olvidar. Modificar. Investigar. Y en lo posible, no pensar.
Después de revisar el correo, para encontrarme únicamente con publicidad financiera, me bañé ejecutando mentalmente la suite nº 3 de Bach borracho (hah), que sólo la he oído interpretada por Rostropovich. Una ducha agradable, pese a las evidentes deformaciones y desafinaciones que hizo mi memoria de la ejecución. Después me lavé los dientes con una Colgate que sabe a enjuague bucal, y me afeité sin resultados óptimos con la mísera prestobarba de oferta desechable que tengo hace ya 27 días.
El desayuno estuvo a cargo de una de las cajas de leche Soprole recién compradas. Recordé, mientras la abría, que era evidente que una fusión entre esta empresa y Nestle no podía llevarse a cabo (había que ponerse la ropa de un estudiante de análisis de la libre competencia). Para contrastar, y sólo para probar, vertí el cereal variante chocolatada que lleva el simpático dinosaurio verde en el fino envoltorio de plástico. Nunca más.
Subí y fuí a buscar una de mis preciadas leches con chocolate, que no convido a nadie (más tarde terminaría regalándola, de todas formas). Y me encaminé al paradero escuchando una carpeta que mezclaba las OST de Escaflowne y Kare Kano. Aunque diferentes, van de la mano en lo musica, estas series. aunque claro, hasta en este punto, Escaflowne es más compleja. Mientras que la frescura de Fujii y Sagisu, te lleva con alegría por lugares melancólicos. Aquellos tiempos de los nick coloridos y el entusiasmo. La parte incómoda está dada por el hecho de que cada vez que una canción acaba, tengo que, manualmente, hacer que pase a la siguiente. Ya me acostumbré..., pero a costa de convertirlo en un tick casi nervioso.
En la micro, y al igual que en cualquier troncal que haya tomado durante estos últimos 10 u 11 meses, ¡Se subió una persona a cantar/tocar! Y quiero ser enfático ene sto: No hablo de que en "la mayoría" de las ocasiones se suba una persona a cantar/tocar en una troncal en la que viaje... estoy hablando del CIEN por ciento de las ocasiones. Todavía no hay ninguna excepción.
Mientras yo iba sentado en uno de los asientos de la primera mitad del bus, en el que daba el sol de las once y cuarto, el señor ejecutó un aburrido repertorio de la nueva ola con unos molestos parlantes portátiles que, afortunadamente, fuí capaz de interceptar con los audífonos atiborrados de Yoko Kanno.
Y como en todos los viajes que hago de Santa Rosa y hasta Santa Rosa... otra vez ví algo en lo que no me había fijado. Una casa nueva. Un techo con un color distinto. Un perro cuidando la azotea de un edificio en frente de la Carlos Herrera. Otro escrito incompleto del tétrico Oscar Lucero.
Al bajarme de la 209 en su penúltimo paradero, observé la entrada del sité, y me tenté, como siempre de vivir ahí.
Llegué a las 11:30 en punto. Coerriendo, como siempre. Siempre se ríen de mí porque corro. Yo no lo encuentro gracioso.
Entocnes, fue una buena clase. Después, el sushi. El sushi. ¡Ay, Dios! ¿¡Desde cuándo tanta personalidad!? Pasó que mientras me comía, solo el sushi, dos chicas iban saliendo de la sala de estudio, y al pasar detrás de mí, comentaron "qué rico", al tiempo en que yo me volteó, las miro a los ojos y les digo "gracias" con una leve sonrisa. Ni yo me creí ese atrevimiento. Pero la chica que habló se murió de vergüenza. Fue tremendo.
Y después, la clase magistral. Y el reconocimiento a ciertos avances que, paradójicamente se dieron en tiempos de tanto retroceso.
Luego, de comrpas hasta la galería del centro. Los lentes para piscina más caros de lo presupuestado. La vuelta oyendo Gorillaz.
Entramos a la piscina, y el agua nos convierte en seres más pacíficos... Y contemplamos -¡por cierto!- descaradamente la anatomía de las compañeras. Muy guapas todas. El problema es el penoso calambre en la pantorilla después (¡Jaa!). Y concluir que estás en el nivel más bajo de los no-nadadores: el atomorizado. Como sea. Es reconfortante y útil físicamente. Ahí puede estar la respuesta a todo este embrollo de los últimos días: La respuesta debe estar dada... por este factor. El físico.
Y así nos vamos a la Calle Jaime Guzmán. Chancheamos cerca. Bromeamos. Nos lamentamos. Reímos. Y llega la paz denuevo. No nos hemos equivocado. Al menos no con esto.
Después dibujar, y caminar por la romántica noche con olor a azufre. Ahí aparece un entusiasmo extraño. Ese que echábamos de menos. Y nacen los factores subjetivos que le hacían falta al caldo.
"Habría que aprovechar", dice el hombre. Piensa en lo que debe y en lo que no debe. Recuerda su reacción post-terremoto. Suspira. Agarra fuerza. Piensa en que no saca nada. Sonrie. Llega casa. Saluda. Conversa. Corrobora lo mala que está la tele. Y abraza a quienes lo esperaban tras la pantalla. Ahí están. Ésos son.
Y ahora se va a dormir.
Y agradece a todos.
martes, 17 de abril de 2012
miércoles, 29 de febrero de 2012
Mamill
Me encanta el arbolario de la estación Bellas Artes. A pesar de que, prácticamente todos los días he pasado por esa estación durante más de tres años, siempre encuentro un árbol en el que puedo fijar mi atención al pasar y que nunca antes había visto.
Me gustaría que mi árbol estuviese ahí también, junto al árbol-vaca.
Me gustaría que mi árbol estuviese ahí también, junto al árbol-vaca.
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